viernes, 4 de marzo de 2022

Cincuenta y tantos


Por Jorge Garrido
Marzo, 2022

Haber nacido en la década de los 60's en México no puede menos que calificarse como una aventura, desventurosa reencarnación o propedéutico para el infierno.
Se nace dentro de un Estado totalitario que refrenda su naturaleza con la masacre de 1968 en Tlatelolco y asume, a partir de ahí,  su rostro más sangriento. Con la "apertura política" de 1970 impulsada por LEA llega también la represión y la guerra sucia que se extiende hasta fin de siglo.

Cuando los ahora cincuenta - sesentones empiezan a asumir conciencia de sí mismos, el régimen de la Revolución ya se ha corrompido a tal grado que el mal es ya irreversible; la fallida apertura política logró que para 1976 en las elecciones federales sólo se presentara un candidato a la Presidencia de la República, el inefable José López Portillo imagen misma de la corrupción.

En 1978 entramos en un crisis económica se la que no saldríamos hasta bien entrado el siglo XXI. De los próximos sexenios nos queda el desmantelamiento del Estado y sometimiento  los dictados de los organismos financieros internacionales.

Pero como no todo es política, vale la pena recordar otro tipo de acontecimientos que habrían de marcar los que nos encontramos cercanos  a la adultez mayor: la huelga universitaria y Politécnica de 1986 desafiando al Estado totalitario y que en 1999 tendría otra acción de resistencia contra los afanes privatizadores.

En 1984 la explosión de las caseras en San Juan Ixhuatepec y en 1985 los terremotos del 19 de septiembre, estos accidentes humano y naturales fueron exponenciados en sus daños por las condiciones de vida de muchas de las victimas; aquí también la corrupción hizo acto de presencia,

Ya desde 1988 el sistema parecía estar completamente agotado pero contrario a los que creímos, tuvo los controles suficientes para arrebatar mediante el fraude el triunfo electoral a la izquierda e imponer en la Presidencia al enterrador del régimen nacionalista: Carlos Salinas de Gortari.

El priismo, después de Salinas y Zedillo, no podría mantener el poder sin ejercer un control social más enérgico y evidente; para evitar la imposición de una dictadura pactó con la derecha la transición y de esta manera el cogobierno que ejercían desde 1988 se disfrazó de bipartidismo. La izquierda no encontraba aún su camino y el liderazgo requerido se estaba perfilando.

Con todo lo malo que tuvo, el primer gobierno prianista carga no sólo con el estigma de fingir la transición sino con la responsabilidad de organizar el fraude que en 2006 impuso al peor gobernante de todos los tiempos y sumió al país en un océano de sangre producto de un guerra absurda cuyo principal objetivo era la legitimación del espurio.

Poco escribo sobre el movimiento de regeneración nacional su origen y triunfo electoral, para ello ha habido, habrá,  tiempo.

Después  de la docena trágica panista y el vacío existencial del despeñadero, cuando no hemos terminado de reconocer, y menos aún  de aliviar, las heridas y la psicosis de guerra del fecalato, cuando parece que encontramos el camino por mas accidentado que sea aparece como señal apocalíptica la pandemia por sarscov2 y antes de que nos acostumbramos a la nueva normalidad surge el fantasma de la guerra global ( guerras hay otras pero a nadie importan ).


Después de todo esto, no nos pidan salud mental

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