Translated mardi 26 janvier 2010, par
Sin tardanza, las instituciones financieras, los Estados, deben anular sin condiciones todas las deudas. Francia y los Estados Unidos deben reparar los efectos de sus políticas desde la independencia de la isla
El formidable movimiento de solidaridad mundial con el pueblo haitiano me emociona profundamente. La amplitud de la solidaridad popular es más fuerte que el egoísmo que los poderosos querrían inculcarnos. Es más bien tranquilizador sobre la naturaleza humana. ¡Hay que seguir !
Saludamos una vez más a todas las ONG, a los profesionales de la sanidad, de la seguridad civil por su valentía y su sacrificio. Es una lástima que la coordinación de la ayuda no esté mejor organizada. ¡No se debería sumar más caos al caos ! ¡Es urgente ! Allí les falta de todo : agua potable, medicamentos, médicos, mantas, alimentos. Este pueblo valiente y digno, con el que nosotros tenemos una inmensa deuda, debe enfrentarse a lo insoportable, al horror de la muerte provocado por un terremoto tan potente que ha reducido la solidez del suelo a la fragilidad de una hoja de papel. Injusto, exasperante, indignante que esta isla, bautizada con el bello nombre de “Perla del Caribe”, haya podido ser, de esta manera, transformada en un inmenso campo de ruinas, en un montón de escombros. Uno de los países más empobrecidos del mundo sufre una de las mayores catástrofes que haya conocido el planeta. Desde hace unos días, nuestros hermanos haitianos sobreviven en el infierno.
Sí, indignante, porque no había ninguna fatalidad en tanta devastación y en tantas vidas humanas segadas. Si las construcciones hubieran sido más solidas, si el sistema de sanidad y los servicios públicos hubieran estado en situación de reaccionar, si el Estado no fuera tan dependiente, si el pueblo no hubiera sido, desde hace tanto tiempo, empujado a la pobreza, a la miseria, ayer desangrado por los ricos blancos esclavistas y hoy víctima de una poderosa sanguijuela que responde al nombre de Fondo Monetario Internacional, todo esto hubiera sido de otra manera.
Por supuesto, ¡no son los poderes mundiales los que organizan los terremotos ! Pero nuestra rebeldía nace de esta violenta injusticia que hace que un terremoto de la misma magnitud no provoque los mismos daños si se produce en Puerto Príncipe o en Tokio. Aquí va a provocar quizá más víctimas que el tsunami. ¿Cómo explicar que los aviones militares, los satélites que escrutan constantemente la superficie terrestre sobre Irak y Afganistán no se hayan puesto al servicio del bien común, de la vida ? ¿Cómo justificar que centenares de miles de millones de dólares sean despilfarrados cada día en la carrera de armamentos y que, no sólo se deje a un pueblo desprotegido, sino que continúe completamente destrozado ? Desde hace doscientos años, la antigua Hispaniola, la pequeña España de Cristóbal Colón se asfixia pagando una deuda que no cesa de crecer debido a los intereses. Hace apenas cinco años, después del ciclón “Jeanne”, Haití tuvo que reembolsar diez veces más de antiguos créditos para obtener a penas el 10 % de lo que le habían prometido para la reconstrucción.
Una vez más, las instituciones financieras internacionales tienen una pesada responsabilidad, hasta hacerle perder a este pueblo su soberanía política y económica.
Y aunque saludemos los esfuerzos de solidaridad de los Estados Unidos después del terremoto, la abnegación de sus médicos, de sus especialistas de la seguridad civil, nos ponemos en guardia. Los dirigentes norteamericanos, presidentes de ayer y de hoy unidos por las circunstancias, tienen un comportamiento que parece un “colonialismo de la solidaridad”. ¿Había necesidad de 12.000 marines para invadir la isla ? ¿En nombre de qué se han apoderado del aeropuerto ? ¿Por qué no haber reunido el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para organizar la cooperación mundial de la solidaridad mundial sino para apartar y desacreditar a las ONU, una vez más ?
El terremoto no debe proporcionar la ocasión, a los dirigentes norteamericanos, de ocupar la isla, de administrarla y de instalar allí bases militares, después de las instaladas en Colombia y tras el golpe bajo mano en Honduras.
Y no podemos sino lamentar que la Unión Europea, que, al parecer, se ha dotado de un Presidente estable y de una Ministra de Asuntos Exteriores con el Tratado de Lisboa, haya permanecido tanto tiempo silenciosa, inactiva tanto como institución como comunidad.
Al mismo tiempo que participamos en la indispensable solidaridad con el Socorro Popular Francés, nos comprometemos a no olvidar a los niños, al pueblo de Haití. Sin tardanza, las instituciones financieras, los Estados deben anular, sin condiciones, todas las deudas. Francia y los Estados Unidos deben reparar los efectos de sus políticas desde la independencia de la isla. Una gran conferencia de reconstrucción y de desarrollo sostenible de Haití, creando las condiciones de su soberanía económica y política, debe ser organizada bajo el patrocinio de la ONU. Ningún humanista puede vivir tranquilo mientras nuestros semejantes, en Haití y en otros lugares, tengan que soportar un insoportable sufrimiento. Este pueblo nunca ha tenido nada, salvo su valentía. ¡No les abandonemos !
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