por Guillaume Pigeard de Gurbert, profesor de filosofía de Fort-de-France.
El capitalismo nació en las Antillas y en las Américas en el siglo XVI. En 1846 (dos años antes de la abolición de la esclavitud en las Antillas Francesas), Marx plantea la ecuación entre la esclavitud, la colonización y el capitalismo: “Sin esclavitud, no se tiene algodón; sin algodón, no se tiene industria moderna. Es la esclavitud lo que le dio valor a las colonias, son las colonias las que crearon el comercio del mundo, es el comercio del mundo la condición necesaria de la gran industria automatizada. Por lo tanto, antes de la trata de negros, las colonias no daban al mundo antiguo sino muy pocos productos y no cambiaron visiblemente la faz del mundo. Así que, la esclavitud es una categoría económica de la más alta importancia.” No es de sorprender en estas condiciones que seamos, aquí, hoy, a los puestos de avanzada de desarrollo excesivos del capitalismo. Es probable que la rebelión social que afecta a las Antillas francesas, estos países pobres que sobreviven en las regiones ultra periféricas de la acaudalada Europa, manifieste ya los primeros temblores de un terremoto mundial.
Por una política colonial y luego Postcolonial, el capitalismo se ha extendido más rápida y eficazmente aquí que en la metrópoli, subordinando estos territorios a su centro productor de las mercancías y reduciéndoles al estado de simples mercados para comerciar estos últimos. Verdaderas colonias modernas de un consumismo patológico, totalmente dependientes de su centro de tutela, estos países se encuentran lógicamente con una taza de desempleo colosal y, peor aún, entregados a sub-existencias privadas de sentido. La destrucción concertada del tejido productivo local ha colocado las existencias bajo un régimen de posibles alienados.
Añadir a este desastre el principio de irresponsabilidad política, aquí tienen a estos países desangrados, administrados a ciegas y de lejos, para entender su rebelión. De la colonización a la globalización, estas regiones ultra-periféricas siempre han estado sujetas a una economía paralela que les prohíbe “crecer según la savia de esta tierra” (Césaire). Es este pwofitasyion “aprovechamiento”, esta injusticia, lo que designa primero en lenguaje criollo un abuso de poder, que ya no es soportable. Es contra esto que los pueblos de Guadalupe y de Martinica se unen y enfrentan. Es esta violencia económica la que se combate, la cual es una fuerza Ciclópea que no tiene más que el ojo del beneficio privado y a la que falta el ojo humano. Esta Monstruosa ceguera es una enfermedad de nacimiento del capitalismo, como lo recuerda Marx: “El descubrimiento de las comarcas argentíferas y de oro de América, la reducción de los indígenas a la esclavitud, su enterramiento en las minas o su exterminio, las encomiendas de conquista y saqueo a las indias orientales, la transformación de África en una especie de arena comercial para la caza de pieles negras; estos son los procesos que indican también los albores de la era capitalista». El actual Tercer Mundo no es en sí mismo una distorsión externa en el sistema capitalista sino su producto puro, nacido de «la colonización de comarcas exteriores que se transforman en graneros de materias primas para la madre patria.»
Es pues aquí, que surgen los albores post-capitalistas, en la gran necesidad de replantear las condiciones de existencia sociales y políticas. El trabajo productivo como paradigma de toda actividad socializante se aplica en una parte cada vez más pequeña de individuos y rechaza a una masa cada vez mayor de posibilidades de acciones no sólo en el no ser provisional del desempleo, sino en la nada a priori del desecho. Los indios del Caribe de antes de la colonización no conocían más que las actividades móviles, creativas, en una palabra abiertas. Al punto que “los estadounidenses tuvieron que importar tantos negros porque no podían utilizar a los indios, que se dejaban morir.” (Deleuze-Guattari). Sin embargo, los colonos no dejan de quejarse de los negros: “No saben lo que es el trabajo” (ídem). Hay que decir que los negros se suicidaban comiendo tierra, cal y ceniza, esperando regresar a sus hogares post mortem y escapar así del infierno de la esclavitud. El padre Labat, este esclavista de las Antillas, llama tímidamente a esto la “melancolía negra”. También hay que invertir el diagnóstico actual que santifica el valor y el trabajo, y, a partir de las sociedades del Caribe, activas sin ser laboriosas, concebir positivamente nuestras nuevas empresas.
¿Será el Caribe el futuro? ¿Delirio? Jacques Delors (citado por André Gorz) escribía en 1988 en Francia por Europa: «Un hombre asalariado de veinte años tenía, en 1946, la perspectiva de trabajar en promedio un tercio de su vida productiva; en 1975, un cuarto; y en la actualidad, menos de un quinto. Estas fracturas recientes pero profundas deberían inducir a otras lógicas de producción y de intercambio.» Veinte años después y con la revolución de la información, esto es aún más cierto. La crisis económica mundial en curso no es una amenaza para el sistema capitalista propiamente dicho, sino un proceso de racionalización global al mismo tiempo que una oportunidad para acelerar el movimiento. Las quiebras en cadena permiten una mayor concentración de capital al mismo tiempo que un mejor rendimiento del capital por una disminución considerable y rápida de la masa salarial. El punto de vista violentamente unilateral del capital sobre el sistema elimina el problema de una nueva socialización independiente del valor del trabajo y abandona los pueblos a la miseria y a esta ira que ya ruge en los suburbios del hexágono (Francia) que son como sus colonias del interior.
En este inicio del siglo XXI, ya es hora de firmar aquí ansanm ansanm ("¡juntos, juntos!”, el acta de defunción de este sistema mundial de pwofitasyion (algo así como medrar a costa de) nacido aquí.
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