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Hay que debatir en la izquierda, inventar, para hacer renacer la esperanza
Por Patrick Brody , sindicalista.
Traducción por Hasardevi
Se nos asesta mañana, tarde y noche la misma letanía: todos seríamos responsables de la crisis sistémica que sufrimos. Los griegos, todos, de no haber trabajado lo suficiente, los españoles, de haber tenido los ojos más grandes que el estómago, los italianos, de ser italianos, los alemanes, de aprovecharse de la debilidad de todos los otros. Sufrimos cotidianamente el escenario habitual de todas las crisis de la historia del capitalismo que llevó a tantas guerras, miserias, sufrimientos, tragedias.
Aunque la historia no se repita -como cada uno lo sabe bien-, el futuro es sombrío, las perspectivas desesperantes, ¿acaso no nos prometen sangre y lágrimas para el futuro?
Y de todos modos, ¡no tenemos elección! Tal es el discurso dominante y cuidado con los que osen oponerse... En efecto, contrariamente a lo que decía el general De Gaulle, la política de Francia y del planeta se hace a la "canasta". Pero si la política más que nunca se hace a la Bolsa, el economista Jacques Généreux tiene razón al señalar enfáticamente que ésta se decide de común acuerdo con nuestros políticos de derecha y, desgraciadamente muy a menudo, de izquierda. Es bien pues un matrimonio consentido entra la oligarquía financiera y - como se dice ahora - la gobernanza que sumerge los pueblos en la recesión y la austeridad.
Para las poblaciones afectadas, que raramente tienen voz en el tema de las decisiones tomadas y sin embargo les conciernen, cuando llegan a poder expresarse, si emiten una opinión contraria al doxa ideológico, son considerados ignorantes, incultas, estúpidas e incluso anti-europeas aun si pretenden lo contrario. ¡Total, no comprendieron nada!
Los últimos sucesos que acabamos de vivir de este punto de vista es alarmante. En Italia y en Grecia, no ha sido el pueblo soberano el que ha puesto en su lugar a los dirigentes, sino los mercados y las agencias calificadoras. La sumisión de las democracias a las estructuras neoliberales pone en peligro la democracia misma. En efecto, la democracia exige tiempo, debate. Los mercados no; de todos modos, para qué discutir si "uno" no es quien elige. La unidad de tiempo para los mercados financieros, es el nono segundo. El neoliberalismo quiere imponer a la mayoría de la población sus reglas (¡de oro!), sus leyes naturales y no falseadas, de tal manera que cada uno comprenda bien que no hay alternativa. El "there is no alternative" de Margaret Thatcher se ha convertido en la norma político-ideológica en Europa. Como lo dijo Jean-Pierre Jouyet, el presidente de la Autoridad de los mercados financieros, asistimos poco a poco a la colocación de una "dictadura de facto de los mercados". Y añade: Si no tenemos cuidado "los pueblos se vengarán".
El momento histórico que vivimos es así y puede ser sobre todo el resultado del enfrentamiento entre las clases sociales a escala mundial. "Hay una guerra de clases, es un hecho, pero es mi clase, la clase de los ricos la que dirige esta guerra y la estamos ganando." Warren Buffett, el multimillonario norteamericano, sabe de lo que habla. El adversario es fuerte, los oligarcas financieros, la clase dominante que acumuló la riqueza más allá del sentido común se convierte en un disparate colectivo, de ahí este sentimiento difuso que la máquina infernal del sistema se embale y que nos lancemos sin piloto, inexorablemente contra el muro. Este frenesí de la acumulación del capital, de este sistema inhumano de triple A, de stock-options, de fondos especulativos, de paraísos fiscales, esta omnipotencia de los mercados y de las agencias financieras, ¿podremos liberarnos? ¿Se bifurcará la humanidad para al fin hacerse cargo conscientemente de su destino?
Siendo explotador, el capitalismo tuvo un papel progresista en la producción de la riqueza. ¿Hoy alcanzó su estadio último? En todo caso, de ahora en adelante y más que nunca, la humanidad debe deshacerse de él por razones de sobrevivencia: crisis social, crisis ecológica, crisis ética. En vista de lo que está en juego, la izquierda, los movimientos sociales, deben revisar sus lecturas para despejar las perspectivas que parten de la realidad y para comenzar, finalmente, a invertir la tendencia y prepararse para el futuro. La izquierda, las izquierdas debemos decir, deberán interrogarse por sus fracasos: el del socialismo real, pasando por el fracaso del proyecto de la social-democracia, o más aún la impotencia de la extrema izquierda. Es necesario. Es un deber imperioso, si queremos evitar la fatalidad de lo peor.
Soñemos un poco en nuestro Viejo Continente, reconstruyamos Europa alrededor de la satisfacción de las necesidades de los pueblos, comparemos y señalemos (¡por qué no!) nuestros regímenes de salud, nuestros sistemas sociales, nuestros sistemas educativos, etc., para ir hacia la excelencia en estos ámbitos.
En lugar de responder sin cesar a las órdenes de un capitalismo frenético, en la izquierda necesitamos debatir, inventar para echar a andar las transformaciones necesarias y extraer la esperanza que permitirá a las fuerzas sociales movilizarse y volver a saborear eso que declaraba Saint-Just en la Convención: "La felicidad es una idea nueva en Europa."
Estamos conscientes de las montañas que deberemos mover, conocemos la fuerza del aparato ideológico que consiste en prohibir todo aquello que promueve salir del "sistema". Pero no tenemos opción, para ello, las izquierdas deben pensar más allá de las elecciones, aunque sea importante ganarlas. Ahora, es necesario trabajar en la alternancia y en la alternativa. Es la tarea de los revolucionarios, los explotados, los indignados, los sindicalistas, de la izquierda en toda su diversidad, hacer surgir lo que podría ser ésta.
Por lo tanto, si los tiempos son difíciles, concluyamos tentativamente con Marx: "No dirán que me hago una idea demasiado alta del tiempo presente, y si a pesar de todo no me desespero, es que la situación desesperada es precisamente lo que me llena de esperanza."
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