Por Jacqueline Sellem
Traducido por Hasardevi
Comprometidos en un Frente de izquierda para las elecciones europeas, el Partido Comunista Francés (PCF) y el Partido de izquierda se reúnen con todas las organizaciones y personalidades que se comprometieron en la campaña del “no” de izquierda al referéndum de 2005. Les proponen participar en esta construcción y crecer.
La radio y las televisoras hacen el silencio. Los periódicos a favor de dicho frente, si escriben sobre el particular, es en tono amistoso. La boca cosida, las orejas tapadas, se mira para otro lado... El mundo de los medios (excepto l’Humanité y Politis) vuelve a jugar a la división de 2005. Pero el Frente de izquierda existe, y es muy real. Se ha conformado en algunas semanas.
El Partido comunista y el Partido de izquierda dieron la señal de partida. Y suben contentos al tren, casi entusiastas, ciudadanos y ciudadanas de las empresas, de las escuelas, de los hospitales, de los sin-trabajo, de los sin-papeles, los ciudadanos que luchan o que tienen ganas de luchar. Ellos y ellas han llenado los auditorios en Frontignan y en Marsella. Distribuyen los panfletos, firman y hacen firmar las convocatorias, ponen en acción el “pasa la voz”. Son a menudo, hábiles sobre la cuestión europea. Saben quién decide y cómo, así como las consecuencias. Han hecho sus estudios bajo la dirección Bolkestein, bajo el tratado constitucional europeo. Sobre todo, saben a qué atacar, hacia qué quieren llegar. Con la palabra solidaridad, atraviesan Europa en todos sentidos, de Rumania a Irlanda pasando por Bruselas, de la lucha de Dacia a la que está contra el tratado de Lisboa.
Cuando ellos gritan « unidad », no lo hacen porque sean inocentes, sino al contrario. Por un lado no ven diferencias que no puedan remontarse, por otro, miden la fuerza de aquellos que, aunque menores en número, entran en la ruta del capitalismo globalizado. Y es que, cuando uno observa las cosas bajo este ángulo, y se quiere que en verdad esto cambie porque la vida se hace definitivamente demasiado dura, demasiado injusta; la unidad, es una cuestión de sentido común. Pero se dice también que la unidad es un combate. Es verdad. Entonces hay que comenzar por ganar juntos este combate. Poner las cartas sobre la mesa, discutir, aprender a escucharse, conciliar poco a poco los puntos de vista, respetarse. Eso es lo que se ha tratado de hacer en esta mesa redonda de l’Humanité.