Por Hasardevi
Febrero 26, 2016
La comodidad intelectual es el reposo de la inteligencia. Es el capullo en el que el cerebro se adormece tranquilamente, cuando no se le exhorta más a tener el valor de pensar. Así, ya no habla más que para repetir lo que "sabe", ya no se hace un esfuerzo por producir. Colmado de pereza (o cobardía), ni siquiera se molesta en renunciar a la idea: se esconde.
Se refugia en las bellas doctrinas listas para consumir, en las referencias, en ideas y referencias hechas y métodos ya probados que ya sólo hay que "aplicar". Cuando uno está tan embebido en el pensamiento de los demás, ya no debemos decir que pensamos; deberíamos decir "se piensa", como se dice "llueve".
François Housset
"Le Confort Intellectuel" (El Confort Intelectual) es el título de un ensayo de Marcel Aymé, publicado en 1949. Aunque este escrito no tiene relación con ese ensayo, encuentro interesante la forma de referirse a un estado que para mi significa una especie de "acomodamiento" de las ¿ideas? con el fin de agradar al "consumidor". Así traduzco yo este concepto de "confort" intelectual.
Primero, hay que recordar lo que el término "intelectual" evoca, ya que hoy en día y gracias a los medios masivos, en especial la televisión pero ahora también a la Internet, actores, actrices, cantantes, y en general, todo aquel que tenga alguna fama, es considerado erróneamente como tal.
Intelectual evoca "inteligencia" cuyo dominio es conformado por diversos campos como la ciencia, la literatura, el arte, etc. Implica también la sabiduría en el ejercicio de un saber vivir y tener la capacidad de expandirse en forma natural de modo que se es capaz de aportar un valor a la humanidad. El mundo necesita de intelectuales para ser pensado.
En ese sentido, idealmente un intelectual no debería ser soberbio, elitista e incluso sectario. El simple hecho de ser famoso, no hace al intelectual. Y hoy en día que los plagios están de moda y que la falta de originalidad se vierte sin pudor alguno, pero eso sí, con gran sensacionalismo y un lenguaje utilizado de manera efectista, no consiste tampoco en haber sido "publicado" repetidamente, o conducir un programa de televisión, de radio, o un canal de youtube... Por cierto, "codearse" con la intelectualidad, o lo que se piensa lo es, tampoco le confiere tal estado.
El intelectual, por su formación, tiene un deber ético para con la humanidad que es el de tratar de comprender y traducir los problemas para crear valor en la sociedad y permitir así vislumbrar una forma mejor de hacer las cosas. La humildad debe ser divisa del intelecto, la apertura, un espíritu curioso. Ayudar a que la gente, adquiera mayor conciencia del mundo y sus fenómenos, y por supuesto, señalar lo que se percibe en detrimento de la propia humanidad. En este sentido, si el "intelectual" es incapaz de ver y percibir lo que ocurre en su entorno social, o si viéndolo, es incapaz de difundirlo y en su caso, denunciarlo y crear una corriente de luz que sea capaz de combatir lo que sea que esté impidiendo el desarrollo individual y minando a la comunidad, su función se pervierte.
Todo pensamiento político, involucra una reflexión intelectual.
El pensamiento crítico provisto de los elementos con que cuenta el intelectual, debe estar presente a la hora del análisis de los hechos sociales que ineludiblemente están inmersos en la política; su imparcialidad no debe estar comprometida cuando de su relación con el poder se trate. Pero no ha de dudar en tomar el partido que su conciencia le dicte cuando defienda las ideas en las que convergen justicia, amor, paz... En cualquier rama del saber: arte, ciencia, literatura, economía, el elemento humano todo lo impregna; así, la desigualdad social, la carencia de la aplicación de la ley equitativamente y otros aspectos relacionados, no escapan en cualquier área de trabajo del intelectual y no se explican de manera aislada.
En la actualidad, en cambio, lo que se hace ya muy a menudo es acomodarse en los conceptos que heredamos y consumimos juntos: el capital de la inteligencia que se comparte de manera pragmática. Es seguro pensar como los otros, de este modo no nos aislamos y además, es seguro avanzar por un camino ya trazado, uno simplemente es conducido. Y es verdad, se prefiere amoldar las propias dudas e ideas a los prejuicios que se tiene, justificándolos, que ejercitarse en la reflexión. Razonar, ya se ve casi como una pérdida de tiempo: todo está ahí en la red para ser consumido. En el reflector para ser "parte de nuestra vida". ¡Qué falacia!
Intelectual es quien piensa, quien produce ideas, quien se refuta a sí mismo, quien duda y reflexiona. Es un proceso doloroso, inquietante, pero fructífero y liberador. Al negar este ejercicio, se niega la inteligencia y el intelectual que dice, cree o parece serlo, simplemente no lo es. Su pensamiento queda descalificado, de razón y de ética.
Y es que pensar es peligroso. Lo es más todavía cuando uno se arriesga a parecer tonto, atreverse a cometer un error esbozando una afirmación que no entra en la corriente de pensamiento que predomina en ciertos "círculos autorizados". Por el contrario, es fácil "tener razón" si se repite lo que aparece como evidente porque es lo que se recicla constantemente, especialmente en los medios masivos, o bien en el círculo que se ostenta con esa misma autoridad.
Pero si se opta por la comodidad, uno escoge ya no pensar, sino fingir que se piensa. Se recolectan ideas de aquí y allá (como corta y pega) para el consumo inmediato. El pensamiento pues, deja de ser el resultado de un proceso arduo en que la creatividad se pone en juego, en que ejercitamos la dialéctica, en que refutamos nuestras propias ideas preconcebidas y agudizamos el juicio. Uno ya no piensa, es tragado por una maquinaria de pensamiento que se repite, se reactiva, como una computadora, como una aplicación de un "smart phone", no hay nuevos derroteros, sólo caminos trillados.
Si bien el pensamiento puede ser sistematizado, no puede encerrarse en un libro. Las ideas se ponen a prueba en los hechos de la vida diaria, a través de la historia, por la experiencia también. Ahora nos toca pensar a todos en lugar de buscar las respuestas solamente entre las páginas de un libro o en un supuesto "pensador", pero más que todo, es necesario calibrar el estado de cosas y, a través de las ideas, denunciar lo que se ha podrido y renovar el pensamiento para regenerar el espíritu colectivo de la sociedad que parece languidecer carente de verdaderos valores humanos.
Atreverse, no sólo a documentar la historia de las infamias y lo que ha fallado en nuestros sistemas (¿inventados por quién?) sino a proponer los nuevos derroteros, los nuevos brotes de sabiduría. Podemos borrar la hoja y reescribir la historia, comenzar de nuevo. Pero la inteligencia tiene la obligación de tomar parte activa en este cambio, por encima de la tecnología, ésta es una herramienta, nosotros la manejamos, no al revés. El status quo puede y debe ser cambiado, la revitalización de la sociedad espera la participación activa de la "inteligencia".