Me encuentro ante la hoja en blanco, mientras en mi mente se agolpan las ideas de manera turbulenta, fluye un tras otra y son tantas que llegan a aturdirme. Vivimos inmersos en el caos. Sobre toda esta maraña mental pesa la nube de la incertidumbre. ¿Por dónde empezar? ¿Cuál de los numerosos y acuciantes problemas abordar? ¿Desastre económico mundial? ¿Hambruna y millones de seres en extrema pobreza? ¿Corrupción y violencia desmedidas? ¿Genocidio y crímenes de lesa humanidad? ¿Ecocidio y desastre naturales? ¿Problemas bioéticos? ¿Ingobernabilidad? ¿Descomposición social? ¿Ambición y poder desmedidos? ¿Derechos humanos pisoteados a lo largo y ancho del planeta? ¿Guerras que no terminan?
Ya lo decía León Felipe en su magistral poema: “¡Qué pena si este camino fuera de muchísimas leguas/ y siempre se repitieran/ los mismos pueblos, las mismas ventas,/ los mismos rebaños, las mismas recuas!/ ¡Qué pena si esta vida tuviera/ –esta vida nuestra–/ mil años de existencia!/ ¿Quién la haría hasta el fin llevadera?/ ¿Quién la soportaría toda sin protesta?/ ¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra/ al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?/ Los mismos hombres, las mismas guerras,/ los mismos tiranos, las mismas cadenas/, los mismos farsantes, las mismas sectas/ ¡y los mismos, los mismos poetas!/ ¡Qué pena,/ que sea así todo siempre, siempre de la misma manera!”
El rostro de nuestro tiempo parece ser el rostro de la desesperanza y de la muerte. Al respecto, Jacques Derrida y Elizabeth Roudinesco dialogan (en su libro Y mañana qué..., como ellos mismos señalan en una suerte de complicidad sin complacencias
en torno al futuro, partiendo de una única pregunta que emerge en uno de los poemas de Cantos del crepúsculo (1835), de Víctor Hugo: Espectro siempre oculto que lado a lado nos sigue/ ¡Y que llamamos mañana!/ ¡Oh! ¡Mañana es la gran cosa!/ ¿De qué estará hecho el mañana?
En la introducción de dicho texto se enfatiza: Hoy todo, tanto en las ideas como en las cosas, en la sociedad, como en el individuo, se halla en estado de crepúsculo ¡De qué índole es ese crepúsculo, qué lo seguirá?
En estas reflexiones hay una alusión a la parte maldita
que sería aquello que excede o rebasa a la representación y escapa a la simbolización. Bataille, influenciado por Mauss, al hacer el análisis de las sociedades humanas y sus instituciones lleva a cabo la distinción de dos polos estructurales: el homogéneo (campo de la sociedad humana productiva) y el heterogéneo (lo sagrado, la pulsión, la locura, el crimen, lo improductivo, los excrementos, las basuras, etcétera) esto último imposible de normalizar en el orden de la razón y no simbolizable, como “una existencia (otra) no incorporable a lo normativo. Tal pareciera que esta ‘parte maldita’ nos va ganando y que la razón, la mesura, la capacidad reflexiva, la parte creativa, la capacidad sublimatoria y, en resumen, la cordura más elemental, se van diluyendo en la aldea global
.
Vivimos en una sociedad cada vez más narcisista, más consumista, más egoísta y más despersonalizada, dependiente cada vez más de la tecnología de punta, de la apariencia y del poder, enajenada y aturdida por los mass media, cuyos valores se han trastocado y donde los objetos y los seres humanos (en primera fila, por supuesto, los pobres más pobres y carenciados) son desechables.
¿Dónde han quedado los grandes logros de la humanidad (arte, literatura, música, ciencias y humanismo? Creo que aún quedan algunos seres luchando desde estas nobles trincheras. Sin embargo, parafraseando a Heidegger, parece que los dioses nos ha abandonado, ya no habitan más en la tierra.
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