(Nota publicada en el correo ilustrado de La Jornada, lunes 12 de octubre 2009)
Algunos ignoran de lo que se trata y por eso se equivocan al calificar al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) como una organización sindical corporativa. El SME surgió en diciembre de 1914, antes del nacimiento del Estado moderno, por lo que no estableció con él ninguna relación de dependencia como lo hicieron otros sindicatos, sino que ha mantenido su autonomía frente a los sucesivos gobiernos. No es como los sindicatos corporativos (también llamados charros), instrumento al servicio de los gobernantes y sus políticas, ni modulador de las demandas de sus agremiados para promover políticamente a sus dirigentes.
Cualquiera que haya estudiado sobre sindicalismo mexicano sabe que en el SME no funcionaron los mecanismos de control político usuales en las organizaciones corporativas porque, además de su independencia respecto al Estado, allí se ha practicado la democracia interna, a pesar de las fallas que siempre puede tener ese sistema. Con fluctuaciones a lo largo de su historia –a veces más y a veces menos–, independencia y democracia sindical son los rasgos de este organismo de resistencia de los electricistas mexicanos y por ello ha logrado la satisfacción de muchas de sus demandas. Se reprochan los altos
salarios y prestaciones de los afiliados del SME –quienes ganan en promedio alrededor de seis mil pesos al mes–, pero no se piensa que eso es lo mínimo que deberían percibir todos los trabajadores en México para subsistir decorosamente. Es muy grave que el gobierno de Felipe Calderón se haya embarcado en esta lucha contra el SME. Como no se da cuenta, se está enfrentando al sindicato más legítimo de México y desde ahora se augura su derrota.
María Eugenia Valdés Vega, profesora e investigadora del Departamento de Sociología, UAM-Iztapalapa
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